sábado, 22 de diciembre de 2007

Volverá la Navidad. FELICES FIESTAS DE NAVIDAD.


Si en tu buzón aparecen Christmas (tarjetas de Navidad) aderezados con hojitas de acebo, bosques nevados y cervatillos de mirada lánguida, no te alarmes; aunque no hablen para nada del nacimiento de Jesús, te aseguro que se acerca la Navidad. Y si recibes archivos informáticos con música new age y más cervatillos, sé comprensivo: la cursilería, como la gripe del pollo, es contagiosa y universal.

Aunque prediquen que esta fiesta, en el fondo, es sólo un homenaje al invierno y a la escarcha, y nos digan que hemos de cantar villancicos a la naturaleza y al milagro del turrón y del champagne; aunque pretendan que amemos a los osos y a los abetos, y las luces de las ciudades se llenen de palabras esterilizadas, sin contaminaciones religiosas; aunque inventen plegarias dirigidas a Papá Noel (y a mamá Noel, por supuesto), y los veamos llegar vestidos de rojo, arrastrados por las borrascas del Norte con un cortejo de renos, avefrías y bolitas de colores; aunque embalen en naftalina la imagen del Niño Jesús..., ten confianza: volverá la Navidad. Aunque no haya nieve en la sierra ni terminen de llenarse los embalses este año; con cambio climático o sin él, es cuestión de días: vendrá la Navidad.

Aunque ahora sean los mercaderes quienes empuñen el látigo y traten de vengarse de Jesucristo expulsándolo de su templo; aunque el Maestro haya desaparecido ya de las escuelas, del Parlamento, de la Universidad, de los quirófanos y de las UCI de los hospitales; aunque desinfecten las aulas para que no queden gérmenes cristianos en los pupitres ni en los babies de los niños, a pesar de los pesares, volverá la Navidad.

Aunque secularicen los belenes y los hagan inofensivos; aunque quieran sustituir a María, a José y al Niño por una metáfora cutre que exprese paz, tolerancia, democracia y vitamina C, al menos, digo yo, respetarán al buey y a la mula, y podremos ponernos a su lado para recordar que el Niño ha venido como todos los diciembres. Y no lograrán ahuyentar a los ángeles, que estos días revolotean sobre nosotros buscando corazones para poner el Nacimiento.

Tendremos una gran Nochebuena si dejamos que Jesús nazca. Él anda buscando una cueva, un pesebre honrado y un poco de buena voluntad. Los demás elementos del belén -la estrella, los ángeles, los Magos- corren de su cuenta. Mira a ver cómo tienes el establo de tu alma. Tal vez sirva todavía, aunque este año haya albergado a demasiadas bestias y parásitos, y parezca una pocilga. No trates de decorarlo ni de ponerle ambientador. Una mano de estropajo con el detergente infalible de la penitencia bastaría para el caso.

Mira también a los Sagrarios de las iglesias vecinas. ¿Te parecen más ricos que la Cueva de Belén? Jesús está allí de verdad, pero me temo que sigue solo. ¿Echará de menos al borrico y al buey que le acompañaron hace tantos siglos?

En 2004-2005 celebramos un año dedicado a la Eucaristía. Juan Pablo II quiso convocarlo para recordarnos que todos los días pueden ser Navidad; que Jesús sigue naciendo, a pesar de los pesares y no le importa correr riesgos como entonces, ni tener que huir de Herodes en plena noche, con tal de que los suyos no le abandonemos.

Luego, echa una ojeada a tu alrededor: los inmigrantes. Los tenemos de todos los géneros: blancos, tostados y negros; gigantescos y pequeños; legales e ilegales; honrados, como José y María, y delincuentes como Herodes; con papeles y sin papeles; con buenas y con malas intenciones. Llegaron de todos los rincones del planeta: en patera o en avión, qué más da. Algunos viajaron en el seno de su madre, como Jesús; otros, se diría que han dejado el camello en el parking de la esquina. Pero lo malo es que la posada sigue estando llena, y cuesta compartir nuestras indigestiones, aunque sea Nochebuena.

De nosotros depende que al día siguiente sea de nuevo Navidad.